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Diario testigo Guerra de África Pedro Antonio de Alarcón
Pedro Antonio de Alarcón
Diario de un testigo de la
Guerra de África
(Tomo primero)
Índice
Diario de un testigo de la Guerra de África
Tomo primero
Historia de este libro
Licencia y hoja de servicios del autor
- I -
Embárcase en Málaga el Tercer Cuerpo del Ejército de África.
-Hospitalidad y despedida del pueblo malagueño. -Adiós a España.
-La noche en el mar.
- II -
A la vista de África
- III -
Al saltar en tierra
- IV -
Aspecto interior de Ceuta
- V -
El Campamento . -Veo a lo lejos una acción
- VI -
El toque de diana. -Un entierro. -O'Donnell. -La Mezquita . -El
Serrallo . -Aspecto de un ejército acampado. -Los Reductos . -El
Boquete de Anghera .
- VII -
Marcha para acampar. -Formación de un campamento
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Diario testigo Guerra de África Pedro Antonio de Alarcón
- VIII -
Moros y cristianos
- IX -
Día de huelga. -El Campamento por dentro.
- X -
Alarma. -Otra acción. -Carga a la bayoneta. -La vuelta al
Campamento.
- XI -
El Diluvio
- XII -
Vuelven los moros
- XIII -
El lado feo del asunto
- XIV -
El general Ros de Olano. -Vuelven los moros. -Cambia la decoración.
- XV -
Vísperas solemnes
- XVI -
La Nochebuena del soldado
- XVII -
El enemigo nos felicita las Pascuas. -Cadáveres moros. -La noche
rivaliza con el día.
- XVIII -
Vacaciones de Pascua
- XIX -
Por mar y por tierra
- XX -
Acción del 30 de diciembre. -Mi batallón. -Un hospital de sangre.
-Otra mujer piadosa. -Un entierro. -Fin de año.
- XXI -
Batalla de los Castillejos
- XXII -
Diez días en Ceuta . -Nuestro ejército a lo lejos. -Visita a los
heridos moros. -El gran temporal.-Temores y zozobras.
- XXIII -
En el mar
- XXIV -
Impresiones poéticas. Mirada retrospectiva. Marchas y combates a
que no he asistido. El Campamento del Hambre.
- XXV -
El Río Azmir . -Curiosidad del poeta. -Nostalgia del hombre. -Otro
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Diario testigo Guerra de África Pedro Antonio de Alarcón
combate. -Más prisioneros. -Preparativos de marcha. -Conjeturas.
- XXVI -
Acción y paso de Cabo Negro . -Un aduar . -Divisamos Tetuán .
- XXVII -
Un paseo por el llano
- XXVIII -
Desembarco de la División Ríos. -El Reto. -¡Los moros no tienen
cañones!
- XXIX -
Bajamos a la playa. -Vista general de Tetuán . - Fuerte Martín .
-Campamento de Guad-el-Jelú.
- XXX -
Historia de un hispano-africano. - Soy trasladado al cuartel
general. -El Valle de Tetuán antes de la guerra. -Costumbres
moras. -La Aduana. -El Cementerio cristiano. -¡Los moros tienen
cañones!
- XXXI -
Contemplación
- XXXII -
De cómo celebró el ejército de África los días del príncipe de
Asturias. -Combate solemne. -Nuestra Infantería forma un cuadro.
-El conde d'Eu. -La Caballería española y la marroquí. -Gran
Parada.
- XXXIII -
La noche después de una acción
- XXXIV -
Juramentos y promesas de dos moros
- XXXV -
Tetuán despierta
- XXXVI -
Fortificaciones. -El vapor, el ferrocarril y el telégrafo en
Marruecos. -Reconocimiento. -Un espía. -El general Zabala. -El
gobernador de Gibraltar. -El tren de sitio.
- XXXVII -
Combate de Guad-el-Jelú, o del 31 de enero.
- XXXVIII -
Día de la Candelaria. -Misa solemne. -Reconocimiento. -Conferencia
de los generales, y plan de próxima batalla.
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Diario testigo Guerra de África Pedro Antonio de Alarcón
AL EXCMO. SEÑOR
D. ANTONIO ROS DE OLANO
CONDE DE LA ALMINA, TENIENTE GENERAL DE LOS EJÉRCITOS NACIONALES,
GENERAL COMANDANTE EN JEFE DEL TERCER CUERPO DEL EJÉRCITO DE ÁFRICA
Y ESCLARECIDO POETA,
dedicó este libro
EL AUTOR.
Tomo primero
Historia de este libro
I
Nacido al pie de Sierra-Nevada, desde cuyas cimas se alcanza a ver la
tierra donde de la morisma duerme su muerte histórica; hijo de una ciudad
que conserva clarísimos vestigios de la dominación musulmana, como que fue
una de sus últimas trincheras en el siglo XV y figuró después grandemente
en la rebelión de los moriscos; amamantado con las tradiciones y crónicas
de aquella raza que, como las aguas del Diluvio, anegó a España y la
abandonó luego, pero dejando en montes y llanuras señales indelebles del
cataclismo; habiendo pasado mi niñez en las ruinas de alcázares, mezquitas
y alcazabas, y acariciado los sueños de la adolescencia al son de cantos
de los moros, inspirado por su poesía, quizá bajo los mismos techos que
cobijaron sus últimos placeres, natural era que desde mis primeros años me
sintiese solicitado por la proximidad del África y anhelase cruzar el
Mediterráneo para tocar, digámoslo así, en aquel continente, la increíble
realidad de lo pasado.
Más tarde, cuando los movimientos de mi corazón y los delirios de mi
fantasía se convirtieron en ideas; cuando mi afición a lo extraordinario y
maravilloso se trocó en amor a la patria, cifrándose en ardiente afán de
su prosperidad y de su gloria; cuando, más español y cristiano que poeta
amante de los moros, mis propensiones individuales principiaron a
convertirse en aspiraciones colectivas y a dilatarse por el horizonte
político, ya no fue mero deseo de cumplir una peregrinación romántica lo
que me llevó a soñar de nuevo con la cercana morería; fue el
convencimiento de que en África estaba el camino de aquella verdadera
grandeza nacional que los españoles perdimos por resultas del
descubrimiento de América y del casamiento de la hija de los Reyes
Católicos con un príncipe de la Casa de Austria; fue el pensar que todos
los tesoros que nos llegaron de las Indias y todos los triunfos alcanzados
en Italia, en Flandes y en Alemania por Carlos V y Felipe II, de nada
sirvieron para impedir que España decayera miserablemente el día que a la
expulsión de los judíos sucedió la de los moriscos; fue el ver tan claro
como la luz del sol que la política exterior de la nación española debía
reducirse a una constante expansión material o moral, guerrera o política,
comercial o religiosa, civilizadora, en una palabra, hacia aquel
continente que se percibía desde nuestras costas y en el que ya teníamos
asentada la planta; fue, por último, el temor de que, en otro caso,
Francia o Inglaterra, o las dos juntas, nos arrebatasen esa misión
providencial, dejándonos bloqueados entre los mares y el Pirineo, y
privados de todo horizonte en que desenvolver la actividad de nuestro
pueblo, que no siempre ha de estar condenado a destrozarse en guerras
civiles.
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Diario testigo Guerra de África Pedro Antonio de Alarcón
II
Ahí tenéis recapitulados en compendio los sentimientos que me
impulsaron desde primera hora en 1859 a tomar parte en la Guerra de
África, primero en calidad de aficionado y de cronista, y muy luego como
soldado voluntario; sentimientos que ya había yo formulado años antes en
prosa o verso, y que estallaron en mi alma, como explosión de júbilo y
entusiasmo, cuando declaró al fin España la guerra al ensoberbecido
imperio de Marruecos.
Los antecedentes históricos y diplomáticos del conflicto, así como la
relación de los combates que se riñeron cerca de Ceuta antes de mi llegada
a África con el Tercer Cuerpo de ejército, irán, por vía de Apéndice, al
final de la obra, para que resulte completo el relato de aquella inmortal
campaña. Tócame aquí (y tal es el humilde objeto de este Prólogo)
responder a innumerables preguntas que durante veinte años se me han
hecho, y deshacer muchas equivocaciones en que varios escritores han
incurrido, acerca de mi verdadero papel en la Guerra de África; con lo que
todos quedarán ya enterados de cómo pude ser juntamente historiador de lo
que cada día iba sucediéndonos, y soldado raso del Batallón Cazadores de
Ciudad-Rodrigo; de cómo iba casi siempre a caballo, siendo de infantería;
de cómo senté plaza, cuando ni por mi casa ni por mi modo de vivir era del
todo pobre; de qué puesto ocupaba en las filas los días de acción,
etcétera, etc.
Escasísimo interés ofrecerían tales pormenores, y yo no entretuviera
hoy con ellos al público, si no constituyesen una especie de auténtica del
DIARIO DE UN TESTIGO, sirviendo de base a la autoridad de mi testimonio y
a la mayor o menor fe que hayan de prestarle los lectores; cosa importante
a sumo grado, cuando se considera que este DIARIO es hasta hoy la única
historia circunstanciada y completa de la Guerra de África, y que en todo
tiempo tendrán que consultarlo y seguirlo los verdaderos historiadores,
máxime si están seguros, como en justicia pretendo que lo estén, de que
efectivamente fue redactado en el campamento, bajo la tienda, en el teatro
mismo de cada combate, y en ocasiones durante la misma lucha, o sea en
presencia del enemigo, como pueden acreditarlo miles de jefes y oficiales
que un día y otro me vieron escribir hojas y hojas de mi libro de
memorias, ya sobre la trinchera, ya en las guerrillas, ya en los armones
de nuestra artillería metida en fuego, ya sobre el arzón de la silla de mi
caballo, ya en los hospitales de sangre, todo lo cual compaginaba yo a la
noche, o al día siguiente, si nos tocaba descansar, y lo remitía a Madrid,
en donde se daba a la estampa...
Para mayor prueba de que así se escribió el DIARIO DE UN TESTIGO DE
LA GUERRA DE ÁFRICA y de que, por consiguiente, es un documento auténtico
o, mejor dicho, una especie de fotografía de la campaña, inserto al fin de
este Prólogo mi Licencia absoluta y Hoja de servicios, de las cuales
resulta oficialmente comprobado que asistí a diez acciones y dos batallas;
lo cual, si bien no constituye ningún mérito, pues cuarenta mil españoles
hicieron otro tanto, o mucho más, en aquellos memorables días, demuestra
lo que me importa dejar fuera de toda duda con relación al presente libro;
a saber, que su denominación está justificada, dado que vi con mis propios
ojos todas las cosas que en él refiero... Pero, aun así y todo, bueno será
explicar, contestando a las mencionadas preguntas y equivocaciones, cómo y
de qué manera marché a la Guerra de África, y cuál fue mi posición y
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