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LOS HOMBRES QUE ASESINARON A MAHOMA
Alfred Bester
Hubo un hombre que mutiló la Historia. Derribó imperios y borró dinastías. Por
su culpa, Monte Vernon dejaría de ser un monumento nacional, y Columbus,
Ohio, debería llamarse Cabot, Ohio. Por él, el nombre de Marie Curie debería
maldecirse en Francia, y nadie podría jurar por las barbas del Profeta. En
realidad, estas cosas no sucedieron, porqué él era un profesor loco; o, dicho
de otro modo, sólo consiguió que fuesen irreales para él mismo.
El paciente lector está sin duda suficientemente familiarizado con el sabio loco
convencional, bajito y de frente muy grande, que crea en su laboratorio
monstruos que invariablemente se vuelven contra él y amenazan a su
encantadora hija. Este relato no trata de ese falso tipo de hombre. Trata de
Henry Hassel, un auténtico sabio loco similar a hombres tan famosos, y mucho
más conocidos, como Ludwig Boltzmann (ver Ley de tos Gases Perfectos),
Jacques Charles y André Marie Ampere (1775-1836).
Todo el mundo debería saber que el amperio eléctrico recibió tal nombre en
honor a Ampere. Ludwig Boltzmann fue un distinguido físico austriaco, tan
famoso por su investigación sobre la radiación del cuerpo negro como sobre
los gases perfectos. Figura en el volumen tercero de la Enciclopedia Británica,
BALT a BRAT. Jacques Alexandre Cesar Charles fue el primer matemático que
se interesó en el vuelo, e inventó el globo de hidrógeno. Estos eran hombres
reales.
Eran también sabios locos reales. Ampere por ejemplo, iba camino de una
importante reunión de científicos en París. En el taxi se le ocurrió una brillante
idea (de naturaleza eléctrica supongo), sacó un lápiz y anotó la ecuación en la
pared del coche. Más o menos, era: dH=ipdl/r2 en donde p es la distancia
perpendicular de P a la línea del elemento dl; o dH= i sen 0 dl/r2. Esto se
conoce como Ley de Laplace, aunque éste no estuviese en la reunión.
Lo cierto es que el taxi llegó a la Academia. Ampere se bajó, pagó al conductor
y entró rápidamente en el lugar de reunión a explicar a todos su idea. Entonces
cayó en la cuenta de que no había tomado nota de ella, recordó dónde la había
apuntado, y hubo de lanzarse por las calles de París a la caza de aquel taxi
para recobrar su ecuación perdida. A veces me imagino que debió ser así
como Fermat perdió su famoso "Último Teorema", aunque Fermat tampoco
estaba en la reunión, pues había muerto doscientos años atrás.
O pensemos en Boltzmann. Dando un curso avanzado sobre gases perfectos,
salpicaba sus lecciones con cálculos que elaboraba mentalmente y con gran
rapidez. Tenía gran facilidad para esto. Sus alumnos, incapaces de
desentrañar aquel galimatías de oído, no podían seguir sus lecciones, y
pidieron a Boltzmann que escribiera las ecuaciones en la pizarra.
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Boltzmann se disculpó y prometió ayudarles más en el futuro. Al día siguiente
empezó así: "Caballeros, combinando la Ley de Boyle con la Ley de Charles,
llegamos a la ecuación pv = pOVO~ I + ~t). Por tanto, evidentemente, si tlSb =
f (x~ dx 0 (~l~ entonces pv = RT y vS f (x, y, z) dV = O. Es algo tan simple
como dos y dos son cuatro". Y entonces Boltzmann se acordó de su promesa.
Se volvió a la pizarra y tranquilamente escribió 2+2 =4, y luego continuó
haciendo de memoria sus complicados cálculos.
Jacques Charles, el brillante matemático que descubrió la Ley de Charles
(llamaba a veces Ley de Gay-Lussac), al que Boltzmann mencionaba en sus
conferencias, tenía una pasión lunática por convertirse en paleógrafo famoso
(es decir, descubridor de manuscritos antiguos). Creo que el verse obligado a
compartir su gloria con Gay-Lussac debió impulsarle a esto.
Pagó a un eminente falsificador, llamado Vrain-Lucas, 200.000 francos por
cartas hológrafas supuestamente escritas por Julio César, Alejandro Magno y
Poncio Pilatos. Charles, hombre capaz de analizar cualquier gas, perfecto o
no, creyó realmente que aquellos documentos falsificados eran auténticos,
pese a que el miserable Vrain-Lucas los había escrito en francés moderno, en
papel moderno, Charles intentó incluso donarlos al Louvre.
Ahora bien, estos hombres no eran idiotas. Eran genios que pagaron un
elevado precio por su genio, pues el resto de su pensamiento estaba fuera de
este mundo. Un genio es un individuo que viaja hacia la verdad por una senda
inesperada. Por desgracia, en la vida diaria, las sendas inesperadas conducen
al desastre. Esto fue lo que le pasó a Henry Hassel, profesor de compulsión
aplicada en la Universidad Desconocida, en el año de 1890.
Nadie sabe dónde está la Universidad Desconocida, ni lo que se enseña allí.
Tiene un cuerpo docente de unos doscientos excéntricos, y unos dos mil
estudiantes... que permanecen en el anonimato hasta que ganan el premio
Nobel o se convierten en el Primer Hombre de Marte. Se puede localizar
fácilmente a un graduado de la Universidad Desconocida preguntando a la
gente dónde estudió. Si contestan de forma evasiva, diciendo, por ejemplo:
"Estado" o "una universidad muy corriente de la que nunca habrá oído hablar",
puede estar seguro de que fueron a la Universidad Desconocida. Espero que
pueda hablar algún día más ampliamente de esa universidad, que es un centro
de aprendizaje sólo en el sentido pickwickiano.
Lo cierto es que Henry Hassel se dirigía a su casa desde su oficina del Centro
Psicótico a primera hora de la tarde, cruzando la arcada de Cultura Física. Es
falso que hiciese esto para atisbar a las alumnas que practicaban eurritmia
arcana; lo que sucedía era que a Hassel le gustaba admirar los trofeos
expuestos en la arcada, ganados por los grandes equipos de la universidad en
campeonatos en los que suele ganar la Universidad Desconocida, deportes
como estrabismo, oclusión y botulismo. (Hassel había sido durante tres años
seguidos campeón individual de frambesia.) Por fin llegó a su casa y entró
alegremente para descubrir a su mujer en brazos de un hombre.
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Allí estaba una mujer encantadora de treinta y cinco años, el pelo de un rojo
suave y los ojos almendrados, abrazada por un individuo que tenía los bolsillos
llenos de panfletos aparatos microquímicos y un martillo de reflejos (un
personaje típico de la Universidad Desconocida, en realidad). Era un abrazo
tan concienzudo que ninguna de las partes advirtió que Henry Hassel les
miraba furioso desde el vestíbulo.
Recordemos ahora a Ampere, a Charles y Boltzmann. Hassel pesaba setenta y
seis kilos. Era musculoso y no tenía inhibiciones. Para él podría haber sido un
juego de niños destrozar a su esposa y a su amante, y alcanzar así simple y
directamente el objetivo que deseaba: poner fin a la vida de su mujer. Pero
Henry Hassel era un genio; y su mente no operaba de aquel modo.
Contuvo el aliento, se volvió y se metió en su laboratorio privado a toda
velocidad. Abrió un armario con la etiqueta DUODENO y sacó un revólver
calibre 45. Abrió otros armarios, con etiquetas más interesantes, y diversos
aparatos. En exactamente siete minutos y medio (tal era su urgencia), montó
una máquina del tiempo (tal era su genio).
El profesor Hassel montó, pues, la máquina del tiempo, se metió en ella, puso
el marcador en 1902, cogió el revólver y apretó un botón. La máquina hizo un
ruido parecido a una cañería defectuosa y Hassel desapareció. Reapareció en
Filadelfia el 3 de junio de 1902, yendo directamente a la calle Walnut número
1218, una casa de ladrillos rojos con escaleras de mármol, y tocó el timbre.
Abrió la puerta un hombre que podría haber pasado por el tercer Hermano
Smith, que miró a Henry Hassel.
—¿El señor Jessup?—preguntó Hassel con voz aguada.
—¿Sí?
—¿Es usted el señor Jessup?
—Yo soy.
—¿Tiene usted un hijo llamado Edgar? ¿Edgar Allan Jessup... llamado así por
su lamentable admiración hacia Poe?
El tercer Hermano Smith estaba muy sorprendido.
—Que yo sepa no—dijo—. Aún estoy soltero.
—Pues lo tendrá —dijo Hassel colérico—. Yo tengo la desdicha de estar
casado con la hija de su hijo, Greta. Discúlpeme—. Alzó el revólver y mató al
supuesto abuelo de su esposa.
—Ahora ella habrá dejado de existir—murmuró Hassel soplando el humo del
cañón del revólver—. Seré soltero. Podré incluso casarme con otra... ¡Dios
mío! ¿Con quién?
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Hassel esperó impaciente a que el dispositivo automático de la máquina del
tiempo le devolviese a su laboratorio. Se lanzó hacia el salón. Allí estaba su
pelirroja esposa, aún en los brazos de un hombre.
Hassel quedó sobrecogido.
—Así que esas tenemos —gruñó—. Toda una tradición familiar de infidelidad.
Bueno, da lo mismo. Hay medios y modos.
Soltó una risa sorda, regresó a su laboratorio, y se trasladó al año 1901, donde
mató a Emma Hotchkiss, la supuesta abuela materna de su esposa. Luego
regresó a su casa y a su tiempo. Allí estaba su pelirroja esposa, aún en los
brazos de otro hombre.
—Pero yo sé que aquella vieja zorra era su abuela—murmuró Hassel—. Y
además se parecían mucho. ¿Qué demonios pasa?
Hassel se sentía confuso y desilusionado, pero aún le quedaban recursos. Fue
a su estudio tuvo dificultades para coger el teléfono, pero finalmente logró
marcar el número del Laboratorio de Tratamientos Equivocados, Nocivos e
Ilegales. Sus dedos resbalaban al marcar los números.
—¿Sam?—dijo—. Aquí Henry.
—¿Quién?
—Henry.
—Hable más alto.
—¡Henry Hassel!
—Ah, buenas tardes, Henry.
—Háblame del tiempo.
—¿Tiempo? Mmmmm... —la computadora Simplex-Multiplex se aclaró la
garganta mientras esperaba a que se activasen los circuitos de datos—. "Ejem.
Tiempo. (1) Absoluto. (2) Relativo. (3) Recurrente. (1) Absoluto: Período
contingente, duración, diurnidad, perpetuidad...
—Perdona, Sam. Formulación errónea. Vuelve atrás. Quiero tiempo, referencia
a sucesión de, viajar en.
Sam accionó los engranajes y volvió de nuevo. Hassel escuchó con gran
atención. Asintió. Gruñó.
—Vaya, vaya. Está bien. Ya lo entiendo. Así que es un continuum. Actos
realizados en el pasado deben alterar el futuro. Entonces no hay duda de que
estoy en el camino adecuado. Pero el acto ha de ser significativo, claro. Efecto
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de acción masiva. Los hechos triviales no pueden desviar las corrientes de
fenómenos existentes. Vaya, vaya. Pero, ¿Hasta qué punto puede
considerarse trivial a una abuela?
—¿Qué intentas hacer, Henry?
—Matar a mi esposa —contestó Hassel. Colgó. Volvió a su laboratorio. Pensó,
aún furioso.
"Tengo que hacer algo significativo, murmuró, "Borrar a Greta. Borrarlo todo.
¡Muy bien, Dios mío! Se lo demostraré. Ya les enseñaré".
Hassel retrocedió hasta el año 1775, visitó una granja de Virginia y liquidó a un
joven coronel. El coronel se llamaba George Washington y Hassel se aseguró
plenamente de su muerte. Regresó a su propia época y a su propia casa. Allí
estaba su pelirroja esposa, aún en los brazos de otro.
—¡Maldita sea! —dijo Hassel. Estaba quedándose sin municiones. Abrió otra
caja de balas, retrocedió en el tiempo y liquidó a Cristóbal Colón, Napoleón,
Mahoma y media docena de celebridades más.
—¡Ahora tiene que resultar, Dios mío! —dijo.
Volvió a su propia época, y encontró a su esposa como antes.
Sus rodillas parecieron fundirse; sus pies hundirse en el suelo. Volvió a su
laboratorio caminando por arenas movedizas de pesadilla.
—¿Qué demonios puede considerarse significativo? —se preguntaba Hassel
muy atribulado—. ¿Qué es lo que hay que hacer para conseguir cambiar el
futuro? Dios mío, esta vez lo cambiaré realmente. Esta vez no fallará.
Viajó a París, a principios del siglo veinte, y visitó a Madame Curie, que
trabajaba en un taller de un ático, cerca de la Sorbona.
—Señora—dijo en un execrable francés—, soy para usted un extraño
completo, pero soy todo un científico. Sabiendo de sus experimentos con el
radio... ¡Ah! aún no ha empezado con el radio... no importa. He venido para
enseñarla todo lo que hay que saber sobre fisión nuclear.
Le enseñó. Tuvo la satisfacción de ver París cubierto por un hongo de humo
antes de que el dispositivo automático le devolviese a su casa.
—Eso enseñará a las mujeres a ser fieles —gruñó—. ¡Buf!
Esto ultimo brotó de sus labios cuando vio a su pelirroja esposa aún... en fin,
no hay ninguna necesidad de repetir lo obvio.
Hassel fue hacia su estudio muy confuso y se sentó a pensar. Mientras él
piensa, mejor será que les advierta que éste es un relato sobre el tiempo que
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